Housekeeping

Nos encanta entrar en una tienda, una oficina, una consulta, en una casa , y que esté “todo limpio y ordenado”. Qué decir de los cuartos de baño. Nada como el house-keeping, el olor del suavizante de las cortinas, la ropa bien planchada, los calcetines doblados y un suelo limpio como una alfombra de brillo en el suelo. Nos encanta entrar en un hotel más allá de las 14 horas porque está todo como si fuera nuevo, como si existiera un orden cósmico y el polvo flotante no existiera. Nos gusta el orden ajeno  y no nos gusta salir a tirar la basura porque tenemos que cargar con los recuerdos de nuestros desperdicios, con esa raspa de pescado que nos hemos comido encantados pero que ahora huele en el cubo; odiamos abrir la tapa manual de un contenedor maltratado y sucio, cuya palanca de pie ya no funciona, y ver alejarse nuestros deshechos pensando si “el Sr. de la Basura” abrirá la bolsa y verá ese prospecto de aspirinas que se han acabado, violando nuestra intimidad.

House-keeping

Por Javier Beltrán-Domenech

El tiempo “dedicado” a house-keeping puede ser, es, incalculable. El mantenimiento (en sentido general y no sólo limpieza, sino logística) puede llevarte a una vida a medio vivir, a fines de semana por mitad, por lo que es práctica habitual pagar a alguien que lo haga por ti. Por lo menos para ciertas tareas básicas. No sólo por el tiempo que lleva (de ese tienes, porque te empeñas en montar sin ayuda esa estantería Förtrumj y tardas dos días) sino por la materia en sí: limpiar lo que ensucias.

Nos gusta que nos hagan todo.

Pero no nos desviemos… porque hoy la cosa va por otro lado…

Muchas situaciones actuales de machismo, micromachismo y desigualdad forzada tienen su base en la educación que se recibe en casa o en el colegio. También en la mala educación que provoca el exceso de proteccionismo de los padres por el mantenimiento de roles y figuras trasnochadas. Lo peor es que los anuncios, que es ahora donde se educa a los más pequeños, siguen con los estereotipos de house-keeping y, hay cosas que, no-se-porqué, no cambian… No veo a muchos padres haciendo el bocata por la tarde, y no se porqué…Esoo sí, conducen ellos y ellas lavan la ropa. ¿Porqué?

Mas alla de las leyes
Mas alla de las leyes

La persona de la que hablo (y no sabrás nunca si es hombre o mujer) evitaba, siquiera sabía existían, todas estas cuestiones. Se había dado cuenta sobre los seis años que su madre recogía silenciosamente su ropa sucia del suelo y, oh, sorpresa, la encontraba a los dos-tres días (a veces antes) planchada, ordenada y en su sitio. La casa brillaba, las cortinas se mecían con el viento aromatizando suavemente la estancia con olor a lavanda… Las sábanas, “enburujonadas y retorcidas” por la mañana, se encontraban cada noche planchadas, lisas y con milimétrica distancia al suelo a cada lado de la cama. Cero house-keeping. El lavaplatos, siempre misterioso y compartimentado, sigilosamente se vaciaba solo y la cubertería, brillante, se había colocado en los cajones (sí, como en Fantasía, de Disney) Los zapatos aparecían con lustro, los cordones igualados, y los botones cosidos. Siempre había aceite rellenando la aceitera y café, nesquick y colacao con un bote de repuesto. Fanta, Coca-cola, cerveza y vino en su justa medida. En general, salía agua por el grifo y la luz se encendía sin más enigma que darle a un botón o levantar una manivela.

Y así siguió todo cuando, a los 30, se casó y se mudó a vivir, tras cinco años de noviazgo, con la pareja que había conocido en la Universidad. La casa era preciosa y, también misteriosamente, la luz y el agua salían por donde tenían que salir. Se encontraba su ropa favorita, que había dejado en una cesta, a los tres días (a veces antes) planchadas, ordenadas y en su sitio. La casa resplandecía, las cortinas se acunaban con el viento del bálsamo olor a vainilla…Las sábanas “enburujonadas y retorcidas” se encontraban cada fin de semana almidonadas, lisas y con milimétrica distancia al suelo a cada lado de la cama. El lavaplatos, de diseño, se confundía con la cocina y la cubertería, lustrosa, se había instalado en los cajones (“sí, como en Fantasía, de Disney”) Los zapatos aparecían con brillo, los cordones igualados, y los botones del pantalón cosidos. Los jerséis doblados. Siempre había aceite rellenando la aceitera y capsulas de café en la despensa, pizzas en el congelador, y refrescos y ginebras varias..Hasta se rellenaba solo el armario de vinos a 16 grados.

Transcurrido cierto tiempo, su pareja tuvo que viajar cinco días por trabajo, y le dejó, además de muchos tupperwares (recordará siempre el de albóndigas…) las instrucciones escritas de las compras diarias y tareas, necesarias, de housekeeping.

Al volver del Congreso, con el lógico cansancio y un lunes después de comer, esta persona se encontró la casa patas arriba… Platos con restos de migas en las mesas, vasos por doquier, el lavavajillas estropeado (parecía habían usado mistol superespumoso en vez de detergente) y los tuppers se divertían en la encimera acumulados con restos); su camisa blanca favorita, esa tan cara que había dejado separada para lavar a mano, estaba húmeda, teñida de azul, enrollada en una cubeta de color verde “de los txinos”, junto a unos vaqueros y ropa deportiva, también húmeda. La lavadora seguía encendida parpadeando. El espejo del baño de invitados se divisaba borroso, y toallas mojadas, como serpientes, reptaban por el suelo… el dormitorio parecía la guarida de dos universitari@s noctámbul@s.

Suspiró (ojalá pudiera haber movido la nariz y hacer magia) y bastaron tres horas para dejar la casa como los chorros del oro. No logró arreglar lo de la camisa. Cuando su media naranja llegó sobre las 21 horas, se saludaron con locura y amor sin fin y se contaron cómo les había ido esa eterna semana a cada uno tirados en el sofá.

House-keeping

Todo continuará para una mitad como cuando tenía seis años, ya que cambió a quien le hacía el house-keeping por un ser clonado que, quizá, se canse algún día de su falta de cuidado. Nadie sabrá que, siguiendo la máxima “en comunidad no demuestres habilidad” omitió cualquier consejo y actuó, meditada y decididamente, dejando la casa “como unos zorros” completamente a propósito…haciendo valer su rol de “inútil” consolidado desde tan tierna infancia por negarse a cambiar los hábitos.

Colorín colorado, este confuso, y lleno de moralejas, cuento, se ha acabado…Si no quieres leerlo de nuevo, educa a tus hijos y a tu pareja, hombre o mujer, para que la convivencia conlleve el mismo desgaste para los dos. De otro modo, y como la pareja del cuento, todo acabe en un divorcio por “desavenencias maritales y desgaste de la convivencia”.

Y no es broma. Este post, bien entendido, da mucho-mucho de sí…

Por Javier Beltrán-Domenech

Javier Beltrán-Domenech
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