Cada familia es única, y los acuerdos deben adaptarse a las necesidades específicas de los menores involucrados. Esto implica un enfoque más flexible y personalizado en lugar de adoptar soluciones generales. Para un menor de edad, la custodia compartida puede plantear desafíos emocionales significativos. La adaptación a dos hogares diferentes, con rutinas y reglas distintas, puede generar ansiedad y confusión. La estabilidad emocional del menor puede verse comprometida, afectando su rendimiento académico y sus relaciones interpersonales.
