Excusatio non petita

Excusatio non petita

Ah, la mágica «Excusatio non petita, accusatio manifesta». Ese principio latino que ha sobrevivido siglos y que, para ser sinceros, debería estar grabado en las puertas de todos los juzgados. ¿Por qué? Porque en el mundo jurídico, y en la vida en general, cuando empiezas a explicar cosas que nadie te ha preguntado, lo único que logras es que todos se pongan cómodos en sus asientos, esperando la gran revelación: que estás más cerca de ser culpable de lo que pensabas. Como tiburones esperando que te tiren del barco…

Excusatio non petita

Por Javier Beltrán-Domenech

El teatro del absurdo en los tribunales

En derecho penal, esta joya de la retórica brilla como un faro. Imagina al acusado, bien plantado frente al juez, que de repente suelta: «¡Señoría, yo no robé esa joyería! Solo estaba allí de paso a las tres de la mañana porque… ¿quién no pasea por la ciudad a esas horas?». Nadie había preguntado nada aún, pero claro, ahora que lo menciona, todos empiezan a verlo con ojos de «bueno, bueno, aquí hay algo». Y así, en cuestión de segundos, lo que podría haber sido un simple caso de «no me consta», se convierte en una tragedia digna de Shakespeare, con el propio acusado como su peor enemigo.

Las excusas no pedidas son como el olor a quemado en una cocina: quizás no veas el incendio, pero sabes que algo se está quemando. Y así funciona en los tribunales. Los abogados defensores lo saben: cuanto más hablas, más oportunidades das para que todo el mundo empiece a sospechar de ti. Es una ley no escrita, pero infalible.

La tragicomedia de la vida cotidiana

Pero no necesitamos llegar al estrado para presenciar esta maravilla retórica. La vemos todos los días. Como cuando ese amigo tuyo se disculpa por no haberte llamado, aunque tú ni habías notado su ausencia. O cuando tu compañero de trabajo explica por qué no terminó el informe cuando ni siquiera lo habías pedido aún. Vamos, es como si llevaran un cartel que dice: «Sí, me he olvidado, pero déjame explicarlo antes de que te enfades». ¿Resultado? Exactamente lo contrario: ahora sí te estás enfadando.

La estrategia preventiva: ¿genialidad o desastre?

Claro, no todo es culpa y remordimiento. Hay quienes, con la astucia de Maquiavelo, creen que lanzarse a las excusas no pedidas es un movimiento maestro. Piensan: «me adelanto a las críticas, desactivo la bomba y salgo ileso». ¿El problema? Que la mayoría de las veces, esta estrategia les explota en la cara. De hecho, es como intentar apagar un incendio con gasolina: el fuego solo se aviva. El jurado, el juez, el público… todos empiezan a pensar que si te excusas tanto, es porque algo debes.

¿Excusarse es siempre una mala idea?

Ahora, que no cunda el pánico. No todas las excusas no pedidas son la antesala de una confesión. A veces, simplemente, la gente es así: sienten la necesidad de aclarar las cosas, de ser transparentes. Aunque, seamos realistas, la línea entre transparencia y culpabilidad es tan delgada que, la mayoría de las veces, la gente acaba cayendo en la trampa de la sospecha.

Excusatio non petita, accusatio manifesta

Al final del día, este viejo adagio sigue siendo el rey en el mundo jurídico: si te excusas cuando nadie te ha preguntado, lo que estás diciendo es que ya te has condenado. Así que ya lo sabes: la próxima vez que sientas la tentación de explicar algo que nadie te ha preguntado, respira hondo, sonríe y guarda silencio. Porque en el mundo jurídico (y en la vida), el que se excusa antes de tiempo, probablemente ya está cavando su propia tumba.

Cuídense ahí afuera…

Encantados de atenderles en www.javierbeltranabogados.com

Javier Beltrán-Domenech
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