La capacidad del ser humano para el mal y las armas de guerra no tiene límite. Los antes divertidos y ahora drones asesinos han dejado de ser una distopía de ciencia ficción para convertirse en una amenaza real. En apenas una década, estos dispositivos autónomos han pasado de usarse en tareas civiles y ocio a ser armas letales al servicio de potencias, ejércitos y grupos irregulares.
Drones asesinos
La tecnología va por delante de las leyes. Mientras en Europa nos preocupamos por destruir la esencia del continente, si alguna vez tuvo sentido la CEE, poner tapones a la botellas, pasear por parques y jardines, filmar películas históricas sin sentido alguno, pasear a mascotas en carritos, defender a delincuentes y protegerles de todo mal, hablar de forma inclusiva y una larguísima suerte de estupideces supinas, en Oriente alcanzan niveles de tecnología trabajando en comandita. Fabrican drones como si no hubiera un mañana.
Los drones nos parecieron divertidos cuando llegaron a nuestras vidas. En junio de 2014, hace ya más de 11 años, escribimos “En ocasiones, veo drones…” Luego, en junio de 2015, también opinamos sobre el tema en “Bases legales para el uso de drones” . Finalmente, nos centramos en los usos de ocio y deporte en febrero de 2022 con “Volar un dron”
Todos esos artículos ya imaginaban la que se venía encima. Mientras los parlamentos debaten sobre normativas urbanas y lenguaje inclusivo, los cielos del futuro se llenan de inteligencia artificial armada. Vivimos una carrera sin control en la que el Derecho Internacional Humanitario y las normas de guerra tradicionales han quedado obsoletos. La humanidad asiste, con resignación, a la era de los drones asesinos.
Un nuevo frente bélico: los drones asesinos ya están aquí
Los drones asesinos no son ya un experimento militar aislado. Son realidades cotidianas en conflictos tan dispares como Ucrania, Gaza, Sudán o Etiopía. Lo alarmante no es solo su eficacia técnica, sino su creciente autonomía. Existen modelos capaces de identificar, seleccionar y neutralizar un objetivo sin intervención humana directa. ¿Dónde queda entonces el principio de distinción entre civil y combatiente? ¿Quién responde por el error del algoritmo? ¿Cómo se depura responsabilidad cuando el dron actúa por su cuenta?
El Derecho Internacional Humanitario se basa en la responsabilidad humana y en el juicio ético del mando militar. Pero los drones asesinos desdibujan estas categorías jurídicas. Ya no es el soldado quien dispara, sino un código informático que puede fallar, discriminar erróneamente o ser manipulado. Esta realidad jurídica, aún sin regular, deja a la población civil en una vulnerabilidad sin precedentes.
Un mundo bajo vigilancia y amenaza constante
En los próximos años, la proliferación de drones asesinos será imparable. Su bajo coste de producción, su mantenimiento económico y su versatilidad técnica los convierten en el arma ideal para cualquier conflicto. No es necesario un ejército tradicional. Basta con una impresora 3D, acceso a componentes comerciales y una mínima infraestructura de programación para tener un escuadrón aéreo letal.
La pregunta que debemos hacernos no es si los drones dominarán el espacio aéreo, sino cuándo lo harán completamente. En poco tiempo, estarán sobrevolando no solo zonas de guerra, sino también ciudades, fronteras, puertos, carreteras y áreas estratégicas. Y no todos lo harán con fines legítimos. En el horizonte cercano, seremos ciudadanos constantemente observados, monitorizados y, en el peor de los casos, convertidos en daños colaterales de guerras ajenas.
Los drones asesinos eliminan la barrera física del combate y abren la puerta a un tipo de guerra sin rostro, sin testigos y sin moral. Es un escenario en el que el Derecho penal internacional y el derecho de los conflictos armados deben reaccionar con urgencia.
Tecnología sin alma: el Derecho como espectador
La tecnología ha superado al Derecho. Las convenciones internacionales que regulan la guerra son anteriores a internet, a la inteligencia artificial y a los sistemas autónomos. Se redactaron para armas convencionales, no para enjambres de drones con sensores térmicos y algoritmos de selección de blancos. Hoy, el marco normativo internacional está fragmentado, desactualizado y carece de mecanismos coercitivos eficaces frente a esta nueva amenaza. El uso de drones asesinos plantea cuestiones jurídicas graves:
¿Existe responsabilidad penal internacional por el uso indebido de estos dispositivos?
¿Pueden las empresas fabricantes ser corresponsables de los crímenes cometidos con sus sistemas?
¿Qué tribunal tiene competencia para juzgar estos hechos en conflictos sin declaración formal de guerra?
Estas preguntas siguen sin respuesta. Y mientras tanto, los cielos se llenan de máquinas que deciden quién vive y quién muere.
La amenaza invisible: cuando no hay ley que ampare
En un contexto en el que incluso grupos no estatales, terroristas o paramilitares, acceden a drones asesinos, la inseguridad jurídica es total. Cualquier civil puede convertirse en blanco por error o por estrategia. Las reglas del juego han cambiado. Y si no se regulan con urgencia, perderemos el control de nuestras propias creaciones.
Los drones asesinos no duermen, no sienten, no se arrepienten. Operan de forma silenciosa y letal. Están programados para cumplir órdenes, no para valorar consecuencias humanas. En este sentido, representan la deshumanización absoluta del conflicto armado.
Los sistemas actuales de protección de derechos humanos, tanto nacionales como internacionales, no están preparados para enfrentar esta amenaza. El derecho a la vida, a la integridad física y a la protección en tiempo de guerra está cada vez más en entredicho frente a la fría lógica de una máquina sin alma.
Si no se actúa ahora, será demasiado tarde
La proliferación de drones asesinos no es un fenómeno futurista, es una realidad presente. En un mundo donde la tecnología avanza más rápido que la legislación, urge una reacción jurídica, política y ética. No podemos permitir que la guerra se transforme en un videojuego sin consecuencias para el atacante y con sufrimiento anónimo para el atacado.
Como bien señaló el Comité Internacional de la Cruz Roja, “el problema no es la ley, sino su aplicación”. Pero si no adaptamos nuestras normas a los nuevos medios, quedarán vacías de contenido. La deshumanización de los conflictos puede hacer que, en pocos años, ya no existan guerras, sino exterminios automatizados. Y cuando eso ocurra, será demasiado tarde para exigir justicia.
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