La justicia contemporánea enfrenta un enemigo silencioso pero devastador: la ansiedad jurídica. Esta no es la ansiedad común de quien espera un resultado, sino una forma extrema, contagiosa e invasiva que ha comenzado a distorsionar el mismo corazón del proceso judicial ante el retraso continuado de la Administración de Justicia y la toma de decisiones por legos en Derecho pero que acuden a internet de forma compulsiva. No afecta solo a los tiempos o a los abogados, sino que perjudica al propio justiciable, alterando su percepción y su relación con el derecho.
Ansiedad jurídica
Acudir a un abogado debiera ser un acto solemne. Hasta hace poco existía respeto, prudencia, incluso un cierto temor reverencial hacia los tiempos del proceso y las estrategias legales que aconsejaba el letrado. Hoy, sin embargo, el escenario ha cambiado radicalmente por una forzada igualdad que nunca podrá ser real. El cliente, curioso que cuanto menos importante es su caso más sucede (esto es discutible, siempre, por el caracter subjetivo) llega alterado, impaciente, con el móvil encendido y el ceño fruncido. Pide una demanda como quien pide comida rápida, exige resultados inmediatos, saltarse el proceso, los tiempos y las formas, y pretende (esto lo vemos luego) que un texto redactado por una IA le asegure una victoria judicial.
El impacto en la relación abogado-cliente
La educación del letrado confunden al cliente y lo ve como una debilidad. Esta ansiedad genera una relación tóxica entre cliente y abogado. Ya no se consulta: se exige. Ya no se pregunta: se ordena. El cliente no confía, impone. Cree erróneamente que la rapidez y la tecnología pueden sustituir al criterio jurídico. Se pasa de la opinión del cuñado a la ilusión del algoritmo, sin escalas. El abogado pasa a ser un perro de presa de forma innecesaria.
Esta actitud mina la base del trabajo legal. Un cliente que no escucha ni se deja guiar está condenando su causa desde el inicio. No se trata solo de emociones desbordadas, sino de una amenaza real para la estrategia procesal. El abogado no puede convertirse en un calmante emocional ni llamar a su cliente como un psicólogo. Tiene la responsabilidad de frenar, de decir no, de advertir al cliente: “Su ansiedad está arruinando su causa.”
El mal uso de la inteligencia artificial en el derecho
La llegada de la inteligencia artificial a los despachos jurídicos ha abierto nuevas posibilidades, pero también peligros. Un abogado sensato puede usarla como herramienta de apoyo. Un cliente ansioso la convierte en un dogma y por tanto un arma de autodestrucción. Cree que porque una IA es una IA, tiene razón. Cree que un documento bien escrito sustituye el razonamiento jurídico. Se equivoca.
La IA no calibra tiempos, no percibe matices, no huele la estrategia ni siente el juicio. Puede ser útil, pero no reemplaza el criterio. Cuando el cliente actúa por impulso, presiona por inmediatez y exige resultados imposibles, no solo pierde el control, sino que compromete su propio caso.
Ansiedad jurídica: un riesgo procesal
La ansiedad jurídica no es solo una molestia para el abogado: es un riesgo procesal tangible. Un cliente desbordado contamina el caso. Obliga a actuar antes de tiempo, a responder sin necesidad, a litigar desde el impulso y no desde la razón. Y en un sistema que ya es lento por naturaleza, este comportamiento solo agrava los problemas.
El justiciable debe asumir una verdad incómoda: su ansiedad no es excusa, ni estrategia, ni argumento. Es su mayor obstáculo. Y si no se contiene, terminará arrastrando con él a todo el proceso.
Ansiedad jurídica: el veneno del justiciable moderno
El buen abogado tiene una misión clara: proteger el procedimiento, incluso del propio cliente. Su deber no es complacer emociones, sino evitar errores. Por eso debe tener el coraje de marcar límites, de frenar urgencias mal entendidas y de exigir serenidad. La justicia no es inmediata, pero puede ser justa si se respeta su tiempo.
La ansiedad jurídica es un veneno. El antídoto está en la calma, la estrategia y la confianza.
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