Esta semana, Javier Beltrán Abogados participa, no sólo escribimos demandas, como invitado en «Domingos Cervantinos«. Ahí va:
No sólo escribimos demandas
“Esta vez olía a lavanda… Reclinada sobre la chaise longue de mi consulta, Ana relataba exultante su reciente divorcio mientras jugueteaba con los tirabuzones de su largo y liso pelo color bronce. Sin parar de hablar, se remontaba a los ya lejanos tres años que acudía a mi ayuda psicológica semanal.
Antaño beligerante con mi figura -siempre llegaba tarde haciéndome perder los nervios- ahora era ejemplo de calma y relajación. Tanta, que con sus 27 años se permitía seducirme y lograr una transferencia imparable y amoral donde jugaba conmigo en cada visita, dejando en mí un trastorno delirante de la idea de cuidarla, de reconstruirla, de hacerla de mi posesión.
-No me estás escuchando…¿verdad? Me dijo ladeando la cabeza. Hizo una pausa y siguió divertida:
-Te acabo de decir que hoy será mi última visita. Tengo ganas de comerme el mundo y, la verdad, seguir viniendo a terapia ya no me apetece n-a-d-a.
Recliné mi cabeza en el sillón orejero y miré la lámpara del techo mientras cerraba los ojos. Yo la había ayudado a tomar esta importante, pero difícil, decisión en su vida. Yo era quien había permitido que volara fuera de la gran jaula dorada de su matrimonio. Yo era su cura y aquella abyecta mujer había encontrado su propio antídoto. Me iba a relegar por quién sabe qué o quién.
Agarré firme con una mano su larga melena y la tensé, con un rápido giro, a mi codo. Con la mano libre así su garganta y, cerrando los ojos, la apreté hasta que dejó de agitar brazos y piernas.
Abrí los ojos de nuevo y la miré. La maté, sí. Pero la maté porque era mía…la maté porque no podía soportar vivir sin verla cada semana. La maté porque yo le dí la vida.
Que me hubieran quitado la licencia para ejercer hace diez años, imaginé, agravaría la pena.
Que yo fuera su madre, pensé, quizá fuera una atenuante en el juicio.”
No sólo escribimos demandas.
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