“Es el peor de los tiempos, es el mejor de los tiempos”. En el reinado de los tontos los laureles se reservan para lo más idiotas y aquellos cuya visión no se extiende más allá de su próxima tontería, declaración, comparecencia pública, publicación en redes sociales o el último esquema de enriquecimiento rápido que sin formación de nada promete riquezas sin esfuerzo de todo.
El reinado de los tontos
Por Javier Beltrán-Domenech
Bienvenidos al festival de la mediocridad, una celebración épica donde la falta de visión a largo plazo, el esfuerzo mínimo, lo tontuno y la gratificación instantánea reinan supremos. En esta era dorada del cortoplacismo hemos logrado subvertir siglos de progreso humano convirtiendo el arduo trabajo y la dedicación en reliquias de un pasado tedioso. Y Ud lo ríe sin darse cuenta.
El cortoplacismo ha emergido como el monarca indiscutible de nuestra época, una filosofía de vida que prioriza el ahora sobre el mañana, el placer fácil sobre la recompensa merecida. ¿Por qué dedicar años a dominar un oficio o a construir una carrera, cuando el verdadero éxito aparentemente yace en capturar el momento perfecto, grosero, zafio y con miles de visualizaciones para dar un pelotazo de incultura?
El reinado de los tontos
En este reino, los “tontos” se han convertido en los nuevos estrategas, aquellos cuya ignorancia no es una desventaja, sino su mayor activo. Libres de las cadenas del conocimiento y la experiencia, navegan por el mundo con una confianza inquebrantable, a menudo llegando a posiciones de poder e influencia mientras el resto se pregunta cómo es que tales prodigios lograron su ascenso. Esta es la era del “pelotazo”, donde el éxito no se mide por la calidad del trabajo, sino por la habilidad para aprovechar la oportunidad más inmediata y rentable, sin importar las consecuencias a largo plazo.
La mediocridad, ese estándar omnipresente, se ha convertido en el objetivo aspiracional. En un giro impresionante de los valores, lo excepcional es visto con sospecha, incluso desdén, mientras que lo mediocre se celebra por su accesibilidad. Después de todo, alcanzar la grandeza requiere esfuerzo, dedicación y un compromiso con el mejoramiento personal, cualidades que parecen anticuadas en nuestra cultura de gratificación instantánea.
El trabajo y el esfuerzo, una vez pilares fundamentales de la sociedad, ahora son vistos como los lastres que arrastran al individuo hacia abajo. El pringado, el tonto, el idiota ahora es el que trabaja y se esfuerza ¿Por qué dejarse el lomo cuando el sistema recompensa a aquellos que encuentran la manera de evitar el trabajo duro con pagas, pensiones, subvenciones, ayudas y bono-viajes gratis?
Y entonces, ¿qué queda para el medio y largo plazo? ¿Quién piensa en el futuro cuando el presente ofrece tantas distracciones brillantes y satisfacciones inmediatas? El futuro, ese vasto e incierto horizonte, se ha reducido a un conjunto de preocupaciones lejanas que serán manejadas por alguien más, en algún otro momento, y la hucha de tu pensión quizá sea virtual. Después de todo, ¿por qué preocuparse por las consecuencias a largo plazo cuando hay tantos placeres a corto plazo por disfrutar?
Así nos encontramos, navegando en este mar de mediocridad triunfante, donde el esfuerzo y la dedicación son monedas de poco valor en el mercado de la inmediatez. En esta época, el éxito se mide no por lo que se construye a lo largo del tiempo, sino por lo rápidamente que se puede alcanzar la cima, sin importar cuán inestable sea el fundamento sobre el que se construye. Bienvenidos al triunfo de lo efímero, donde la estrategia es el pelotazo inmediato, el placer de la nada.
Un brindis, entonces, por la mediocridad y todo lo que representa. Después de todo, es lo que hemos elegido celebrar cada vez que votamos a los más tontos del país para que nos hagan de timonel.
Si le apetece seguir leyendo es interante: https://es.wikipedia.org/wiki/El_traje_nuevo_del_emperador
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