Lo quiero para ya

Lo quiero para ayer

“Lo quiero para ayer” es una expresión muy frecuente cuando nos entregan un proyecto, un trabajo, una demanda… y más desde que la generación millennial, a la que pertenezco, se implantó con ella en el mundo laboral.

Amamos la tecnología, que es parte imprescindible en nuestras vidas. Para nosotros todo es ¡ya!, todo es inmediato, y por ello lo exigimos. Tenemos tantos medios a nuestro alcance que el día a día se ha transfigurado en una avalancha de exigencias continuas donde, sin darnos cuenta, nos hemos convertido en esclavos y víctimas de nuestros propios caprichos.

Lo quiero para ayer
María Martín Robles

 Lo quiero para ayer

Las consecuencias las estamos pagando todos, tanto en nuestro entorno laboral como en el personal. Ahora ya no somos sólo nosotros los que exigimos, también nos exigen, pues el resto de generaciones que han conseguido adaptarse a nuestra caótica realidad “sobre informada” se han acostumbrado a tirar del hilo y son mucho más ”demanding” de lo que lo éramos nosotros. Me pregunto si será por venganza… pero esto sería para otro artículo.

Aplicado al trabajo de abogada, profesión beligerante donde las haya, la frase “lo quiero para ayer” es desde hace tiempo una forma de auto-estresarnos a nosotros mismos.

Lo quiero para ayer

Personalmente, pocas cosas disparan tanto mi adrenalina en el mundo laboral como esta frase. Es oírla, leerla en un correo electrónico o en un mensaje de whatsapp y verlo todo negro, me empiezo a poner nerviosa, el corazón se acelera y me aferro al expediente como si mi vida dependiera de él. Clamo al cielo cual Medea: – “¡Ay de mí, desventurada y mísera!”. ¿Por qué en los casos de urgencia máxima el expediente tiene siempre tropecientos folios? Automáticamente, mi cerebro me da la respuesta: “si algo malo puede pasar, pasará” (Ley de Murphy). Y tras recibir instrucciones, para hacerme una idea sobre el caso, empiezo a leerlo todo de forma alborotada y rápida.

“En verdad y desdichadamente”, es siempre en estos casos cuando las agujas del reloj, de “motu proprio”, deciden acelerar su curso (¡cuán vileza la suya!) y empiezo a trabajar  mientras las observo neurasténicamente, no sin antes dejar TODO lo que estaba haciendo, sea lo que sea…

Sólo cuando, al pasar y superar las distintas fases del “ya”, abordo el estudio del asunto, empiezo a leer jurisprudencia y, por fin, encuentro la respuesta, comienzo a disfrutar de un trabajo que me “flipa”. Me relajo y todo fluye. Inconscientemente esbozo una sonrisa y oigo una vocecilla familiar en mi cabeza que me dice: “ Ya lo tienes…dales caña, rubia”.

Lo quiero para ayer

Desde mi punto de vista, “lo quiero para ayer” es positivo, pero siempre que se utilice con una sonrisa, pues cambia el significado de la expresión tan ardua por: “esto es urgente y lo quiero cuanto antes, dale prioridad sobre todo lo demás”. El problema es cuando empieza a ser habitual, cuando todos lo quieren para ayer, y es en ese preciso instante cuando todo pierde el sentido, cuando eres incapaz de priorizar y todo se mezcla, porque si todo es urgente e importante, en realidad nada lo es.

Fuera de quimeras de justicia y venganza, tanto el jefe “demanding” como el cliente “súper exigente”, ante el cual el primero debe responder, son personas con las que hay que cumplir siempre, cueste lo que cueste. Si no, el trabajo carecería de sentido y nos aburriríamos.  Una vida sin esta adrenalina ¿sería realmente vida?. Pues aquí viene lo bueno: no hay cosa que me haga más ilusión que acabar, estresada y desquiciada, un trabajo después de haber estado mil horas ante la pantalla del ordenador con el estómago cerrado por la preocupación de no llegar a tiempo, y que cuando el destinatario final lo lea levante los ojos del papel y sonría…

Eso, señores y señoras, es el clímax… y lo quiero para ayer  😉

María Martín Robles.

www.javierbeltranabogados.com

Javier Beltrán-Domenech
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