Todo ha cambiado

Por Javier Beltrán-Domenech

En un laboratorio de pruebas, y dejando de lado a los astronautas y a los Rangers de Texas, la profesión de abogado sería evaluada, sin duda, como la más noble, apasionante e intensa donde las haya. Controla, cuestiona y decide prácticamente todo lo que el resto de profesiones concibe o genera. Objetivamente. Pero también maneja sentimientos y emociones por encima del dinero, mueve dinero y reconocimiento por encima de los sentimientos, juega con el poder y el logro convirtiendo, a veces, al débil en fuerte y al fuerte en humillado poniendo, en un idílico juicio, a cada uno en su sitio. Subjetivamente.

Super Abogado
Super Abogado

Pero la vida real, tan lejos del laboratorio, no es así. Está llena de corazones salvajes, pensamientos opuestos, objetos inamovibles, fuerzas imparables, leyes cambiantes, tecnología incipiente, funcionariado sobrecargado, oferta descontrolada, bluffs “a lo loco” y clientes cada vez más des-informados pero exigentes como nunca. Todo ello, huelga decirlo, hace que el ejercicio de la profesión sea mucho menos idílica.

Para lidiar con todo esto, los abogados estamos solos y ahora salimos de detrás de la mesa para llegar al cliente. Dudo mucho que en un futuro cercano existan lugares públicos donde uno acuda (como a un Hospital) con su grave problema jurídico y logren no sólo atenderle, sino resolverlo en más o menos un tiempo prudencial. Introduzco aquí mi ejemplo para incidir en él luego: en los hospitales, en primer lugar, el paciente nunca lucha contra otro, sino contra la enfermedad; en segundo lugar, los médicos, en teoría, están bien pagados y no están compitiendo entre sí por qué cliente “entra” y hacer una publicidad a tal efecto; finalmente, los médicos se comunican entre sí los logros y avances en su materia.

No sólo estamos solos. Lamentablemente, tampoco estamos unidos. Al contrario, somos la profesión menos gregaria que existe (y por causa del hambre ya está llegando la moda de demandar a abogados de tal forma que muchas aseguradoras ya ni quieren cubrirnos) ¿El motivo? No creemos ni tenemos una cultura firme en los colegios profesionales, no compartimos información, pues el que más sabe más atrae o más gana, no somos dinámicos por la lentitud de la justicia y tampoco contamos con un sistema médico o de jubilación que nos permita relajarnos en nuestros años de trabajo cuando en realidad sí hacemos un trabajo al Estado, como los médicos, en el ya tan denostado Turno de Oficio. No, no tenemos desempleo, ni seguridad social ni jubilación… ni nos consuela pensar que nadie la tendrá en 30 años.

El pasado hay que usarlo como trampolín, no como sillón.

Pero nos equivocamos por completo. Si pudiéramos tener tiempo para pensar, sería apasionante ver un país, literalmente, parado y desbordado porque los abogados se pusieran en su sitio y se negaran a seguir cobrando una miseria por pertenecer al tan noble Turno de Oficio y defender al justiciable cuando acude a pedir tal letrado, por falta de mayores ingresos, como cuando acude a un Hospital.

Así que, como no podemos vivir del Estado, seguimos en nuestros despachos particulares. Esos que ve Ud a cientos cuando camina por la calle. Vamos tan abrumados estudiando las numerosas reformas de infinitas leyes, intentando captar clientes, luchando contra la dura rueda de la Administración de Justicia y sus justiciables, que hemos perdido la perspectiva de la función de un abogado: nos hemos olvidado de reclamar, de manifestarnos, de instar cambios sociales que, a la postre, evitarían la compleja soledad en la que nos encontramos actualmente.

Para mayor presión, y mayor aislamiento, las tecnologías y la información en internet producen un efecto tsunami (también en los médicos, me temo) El cliente viene no sólo informado, sino con su propia idea de cómo “luchar” su asunto, y así nos lo hace saber de forma muy burda, la mayoría de las veces. Por tanto, la exigencia de calidad es ahora mayor que nunca, pues hay casos en los que el cliente sabe más de la ley que su abogado, y sólo le necesita para “ponerla en práctica”.

Así que ahora el abogado, por-que-sí, es denostado, mirado con lupa, cuestionado y puesto en duda de forma sistemática. Sus honorarios, su valía, su experiencia, su despacho, sus colaboradores y prácticamente hasta su vida privada. Incluso por cooperadores que, en teoría, sirven con él como jueces, funcionarios y fiscales. Pero también por los propios abogados que con parche en el ojo y pata de palo, centrándose en el “pan para hoy y hambre para mañana”, hacen de su profesión una cacería. Así lo hemos explicado ya en nuestro blog hablando cómo no de abaogados en https://www.javierbeltranabogados.com/2015/10/09/la-maldad-del-abogado/ y en https://www.javierbeltranabogados.com/2016/01/08/lahistoriadelpica-pleitos/.

TODO HA CAMBIADO

Viva Darwin. Esto no es un artículo derrotista ni pesimista, todo lo contrario: estamos YA en una jungla jurídica, y lamentarse no tiene sentido ni efecto. Sólo van a quedar, como la evolución de las especies, los abogados que, usando correctamente el mérito y respeto a la profesión, mejor se relacionen, publiciten, adquieran conocimientos y, en general, vayan a la velocidad del cable junto con su cliente, por que el cliente ya no quiere un abogado distante, quiere un socio que luche con él.

Por Javier BELTRÁN DOMENECH.
www.javierbeltranabogados.com

Javier Beltrán-Domenech
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